martes, 9 de septiembre de 2014

Candelabro (publicado en La Anónima Nº7)


Un candelabro de oro
vanagloriando dos manos, dos velas
ardientes cuando unidas.
Oh rígidas, se azuzan por más fuego
que las consuma, ahora son aliadas.

No mueren, porque su fusión es áurea.
Se toman de las manos
por sus extremidades.    
Cuando el soporte se oxide y el brillo 
nos sea carcomido
por el mismísimo tiempo de la vejez, 
así, el fuego arderá.
Pues, ahora clarea.

Tenue unas veces o colosal otras.
Entretanto, el viento de la eternidad, 
de la belleza, del Céfiro, de luz,
desbravando y soplando.
Una joven pareja,
lejos del ataúd,
fijando estampas acerca del mundo
como un suave asunto.

Y la llama arrogante,
leve y aleatoria en su ajetreo
será un titán de yesca
quemándose a más no poder, trocándose
en otros momentos a una pupila
de destello como un ojo cardíaco
dentro del rígido e impenetrable
pecho: propio de un guerrero poeta.

El tiempo pasará,
el amor seguirá.
Firme de las manos como aquel día
los vibrantes pájaros del cariño
se tomaron cual efusivos niños.